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José María Llanos. VOX Valencia. |
Recordando el fallecimiento el pasado 23 de noviembre, de Rita Barberá, me ha venido a la memoria otro fatídico 23, pero de diciembre de 1996, fecha en que González Lizondo dio su vida por amor a Valencia y a los valencianos. Es de justicia recordar a este también valenciano insigne, y honrar su memoria.
Compartieron la alcaldía de forma bicéfala, cambiando para siempre la ciudad de Valencia. Recuperaron las tradiciones más arraigadas: el “Te Deum” del 9 d’Octubre; se recuperó gran parte del patrimonio de la “Valencia fundacional”, la cárcel de San Vicente, el Convento de Trinitarias, se restauró la Basílica de la Virgen. Y no permitió la investidura de Eduardo Zaplana como Presidente de la Generalitat, hasta que éste aceptó la creación de la Ciudad de las Artes y las Ciencias, igual que había presionado a Pérez Casado con el Palau de la Música.
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Vicente González Lizondo. |
Desde el Grup d’Acció Valencianista y la Unión Regional Valenciana fundó, junto al también exalcalde de Valencia, Ramón Izquierdo, el partido Unión Valenciana. Como diputado nacional, sus intervenciones no pasaron inadvertidas. Su intervención en el Congreso de los Diputados, depositando una naranja en el atril, fue protestada con silbidos y risas del grupo popular, pero continuó con sus palabras; y al finalizar, cogió la naranja, se dirigió al escaño del presidente Felipe González y, depositándola sobre sus papeles, le dijo: “esta naranja es para que no se olvide de los problemas que tienen los agricultores y los valencianos”.
Hombres como González Lizondo marcan la diferencia; quiso renunciar al sueldo de diputado nacional e insistió en que se entregara a la Cruz Roja. Posteriormente, dimitió de diputado nacional, y de concejal en el Ayuntamiento de Valencia, para con su gesto forzar la dimisión de otro diputado tránsfuga; siempre por su amor a Valencia, “cap i casal” de su Reino. Y como todo hombre destacado por sus virtudes, fue rechazado por los mediocres; pasó un calvario en su propio partido, y fue expulsado por negarse a que Unión Valenciana se escorara hacia el nacionalismo valencianista.
Recuerdo aquellas imágenes bajando de la Presidencia de la Cámara valenciana, y cómo su desfibrilador empezó a sacudir su cuerpo ya casi inerte. El corazón de D. Vicente no pudo aguantar la deslealtad de sus excompañeros de partido.
Cuando uno se acerca a personalidades como la de González Lizondo, corre el riesgo de perderse en la nostalgia de tiempos pasados; y de pensar que algunas figuras son irrepetibles. No es esa mi intención; sólo pretendo reflexionar sobre lo que somos, como personas, como valencianos, como españoles, y una forma de hacerlo es rescatando, trayendo a nuestro presente, a quienes han conformado nuestra historia común, que han dado su vida por lo que creían, y que han sido “libres”; de alma y de pensamiento; de ataduras y de “convolutos”; para decir sí y para decir no. Mi intención es mirar la historia para aprender de ella.
Y una parte esencial de esa historia está firmada por Lizondo, hombre cabal, y fiel a sus principios. Creo que en la vida necesitamos referentes; en mi caso, en mi vida política, he de decir con toda humildad, que Vicente González Lizondo es un referente de principios, de voluntad, de fortaleza, de pasión, y de amor a España y a su Patria chica, nuestra querida Valencia.
Quiero concluir este recuerdo, mostrando mi respeto y mi mayor consideración a su esposa, Teresa Sánchez, y a sus tres hijos; y quiero decirles que, en lo que de mí dependa, el trabajo, el sacrificio, y la entrega de D. Vicente nunca serán olvidados.
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