domingo, 2 de abril de 2017

“Izquierda y Derecha, y el sombrero de copa”


José María Llanos Pitarch
Pdte. de VOX Valencia, y Candidato al Congreso
(artículo publicado en Las Provincias, el 01/02/2015)

Decía Heidegger que “las palabras son a menudo en la historia, más importantes que las cosas y los hechos”. Ha llovido mucho desde que el marketing político se inventara, pero antes de eso ya Stalin vislumbró la importancia que en política tienen los términos, cuando afirmaba: “De todos los monopolios de que disfruta el Estado, ninguno será tan crucial como su monopolio sobre la definición de las palabras. El arma esencial para el control político será el diccionario”. En ese demostrado beneficio que es el dominio del lenguaje, la dicotomía izquierda-derecha es uno de esos aciertos que la ideología de izquierdas ha conseguido situar en nuestras mentes. Históricamente, la dicotomía viene del banco izquierdo y derecho en el que respectivamente se sentaban Jacobinos y Girondinos en la Revolución Francesa, pero hay que reconocer que nunca con posterioridad “izquierda o derecha” han vuelto a tener contenidos pragmáticos y estables. Así, ocurre que en este errático discurrir histórico, por poner un ejemplo, vemos cómo la  Unión Soviética se convirtió a la economía de mercado, y al capitalismo de Estado; cosa que, por otra parte, se reconoció en la cumbre socialista de junio de 1999 en Buenos Aires, donde los laboristas británicos y los socialistas, franceses y alemanes, en la declaración de la llamada “tercera vía”, mantuvieron: “apoyamos expresamente una economía de mercado, no una sociedad de mercado”.  En estas llamadas al fortalecimiento del Estado frente al individuo, que queda al margen de la economía, no deja de intuirse cierta perversión, pues en realidad se convierte en un recorte de libertades individuales de acceso al mercado, cuya hegemonía controla absolutamente el Estado (habremos de releer a André Frossard). Con todo, lo que importa en la calle, no es tanto su congruencia o no, ni siquiera su realidad. En esta guerra de palabras e ideologías, los autodenominados progresistas descalifican a los llamados de derechas, como reaccionarios, y han conseguido inculcar el complejo y una auténtica hemiplejía política al hacer desaparecer de las palabras políticas el uso de “derecha”. La desaparición de la nomenclatura se lleva a cabo en países como Argentina, en donde el uso del término es todo un juicio sumario. Pero también en España. Hete aquí que esa “autoridad moral” con la que la izquierda se autoproclama, hoy no sólo es discutida sino imposible de sostener, y así, los avezados políticos de la izquierda intentan desvincularse de su pasado remoto (muy desprestigiado), o más reciente (bolivenezolano), “de ese fantasma de Cuba que hoy es Venezuela”. Cuando Castro abandonó a Maduro a su suerte, abandonó a sus retoños allende los mares (podemos); su secretario general nos decía hace unos días: “la dicotomía izquierda–derecha está superada”. Esta noticia en prensa surgió como una idea meditada, y esconde la urgencia de dar salida a un discurso sin su referente más recurrente, la izquierda comunista: Venezuela. Demasiados lastres de los que parece oportuno librarse; pero en el desconcierto, que a bote pronto puede producir la declaración de este político, hay una realidad: “izquierda y derecha” no designan dos contenidos políticos. Ahora bien, no creo que la izquierda instalada renuncie a todas las prebendas que el lenguaje le proporciona, después de 200 años de réditos crecientes -eso “no lo verán mis ojos”-; es más, no creo que ni siquiera lo reconozca en nuestro país la clase política, a pesar del escepticismo que entre los politólogos produce la simplificación equívoca entre izquierda y derecha.

Hoy por hoy, sin entrar en más análisis, sí se observa que la ideología y teoría de la izquierda es profusa y conocida, pero ¿cuál es la ideología de derechas?, pues es absolutamente inexistente frente a la anterior. Cuando se intenta decir qué es la derecha, se hace con tanta generalización que con facilidad se cae en la contradicción, y casi siempre es una negación de la anterior izquierda. Y es que, qué es la derecha es algo que se ha ocupado de definir la izquierda. Cuando es uno quien decide el terreno de juego en el que se ha de jugar, parte de la ventaja más conveniente a sus intereses; esa es la superioridad moral con la que normalmente se presenta la izquierda. Alfonso López Quintás, en un espléndido trabajo sobre la manipulación a través del lenguaje, nos advierte: “Cuando pensamos, hablamos y escribimos, estamos siendo guiados por ciertos pares de términos: libertad-norma, dentro-fuera, autonomía-heteronomía...”, izquierda-derecha; “estos esquemas son dilemas”, y en ese dilema es en el que nos introdujo la dicotomía, y se produjo a lo McLogan, aquello de que : “no se dice algo porque sea verdad, sino que se hace verdad porque se dice”.



La cuestión desde el punto de vista de generadores de riqueza es clara: rentas del capital y rentas del trabajo; pero en el terreno de la ideología general no lo es tanto. Así pues, interesa a la izquierda ideológica que haya una derecha ideológica: introduce el dilema y con ello el reparto de papeles. Mientras que además la izquierda en la apoteosis final de este truco de prestidigitación ha conseguido que, atónitos por el humo, veamos en el ser de izquierdas implícito un buen número de bondades: progreso mental, abolición de diferencias, defensa de la justicia, verdad, apropiándose de palabras que realmente ni son suyas, ni a ellas responde, pero que están dentro del sombrero de copa de ese ilusionista, sombrero del que desgraciadamente en realidad nunca salen. Para muestra me remito a la historia más reciente de Rusia, Cuba y China, tres bancos de prueba de la ideología de izquierdas, y de los que nadie duda de que si en algo son paradigmáticos es en que su modelo político nunca haya producido ni progreso mental, ni abolición de diferencias, ni defensa de la justicia, ni verdad. En este truco, el primer engañado es ése a quien le dicen que es de derechas, porque se defiende de los “ismos” de los que es acusado y que seguramente jamás padeció, y se petrifica entre acusaciones variopintas que van desde insolidario, retrógrado y hasta tirano capitalista, aunque viva de prestado en una casa de protección oficial y sea monje trapense. Y es que todo lo que no responde a la ideología de izquierdas es de derechas, y además ultra, si se resiste. 

 No vengo aquí a defender a quien no es de izquierdas, sino a levantar este “velo de mentira” que sufren los disidentes. Hemos sido engañados, y ya son legión quienes ante todo esto no reconocen su lugar según la teoría política, o la práctica política. Aunque en ese síndrome de Estocolmo, nos defendamos diciendo que no tenemos complejos y sí, somos de derechas porque creemos en España y no nos avergonzamos de su bandera; pero sinceramente resulta “raro” que seamos el único país del mundo en donde defender la bandera o decir el nombre de tu país, sea una forma política de derechas. Con estos parámetros ridículamente acuñados, creo sinceramente que la dualidad  izquierda-derecha ha sido agotada incluso entre sus defensores más acérrimos, y hoy asistimos sin perplejidad al hecho de que “nuestros mejores amigos de izquierdas” son hoy la burguesía más recalcitrante, expertos en delicatesen culturales de esas que no están al alcance de todos, o están en Consejos de administración de la Banca; mientras que muchos de esos que llaman de derechas son mileuristas, emigrantes, o pertenecen a la extinta clase media, o clase subsistente. Como decía una amiga “hemos sustituido la ética por la estética”, y ya el “ser” se ha convertido en “qué parece que se es”.



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